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Responsabilidad Civil

 
 

Casimiro Mena, un exindigente y drogadicto que trabajó como mensajero en la empresa Hernando Trujillo hasta antes de su liquidación. Durante 17 años fue habitante de la calle, dormía bajo los puentes, en el Cartucho y en la “L” o zona del Bronx. Consumía de todo: marihuana, perico, pastillas, hongos y especialmente bazuco. No se bañaba, se alimentaba de restos de comida que recogía en la basura. Nunca robó porque la droga lo tenía tan mal, que ni siquiera servía para robar, como tampoco le dejaba correr para salvarse cuando llegaban los grupos de “limpieza social” en sus enormes camionetas, desde donde disparaban segando las vidas a decenas de indigentes que caían uno a uno.

 

Luis Fernando Trujillo era el gerente de la empresa Hernando Trujillo que en el año 2003 le dio empleo a Casimiro como mensajero. Venía de ser vendedor ambulante de estuches de discos en la calle, pero la Policía le decomisaba siempre la mercancía y además de perder el dinero, se le iban también las ganas de seguir adelante. Había laborado antes como mensajero (privado) de una asesora del Ministro del Interior que luego fue del Alto Comisionado para la Paz. Con ella empezó a trabajar después de salir de un primer programa de desintoxicación que tenía la Alcaldía de Bogotá, al que ingresó en el año 2000. Por eso pasó de indigente a “mensajero del Palacio Presidencial” y se hizo famoso. Su historia salió en El Espectador e incluso Darío Arizmendi lo entrevistó, pero lo más insólito vendría después. 


 

 


 

Durante el tiempo que trabajó en la empresa Hernando Trujillo, Casimiro validó bachillerato y estudió la carrera técnica de comercio exterior. Hacía los mandados, llevaba cheques, aseaba la entrada del almacén principal de la fábrica e incluso llegó a gestionar registros de comercio exterior. El gerente, que a sabiendas de su historia lo contrató, fue quien transformó el arte sartorial de su padre en una gran empresa empleadora de cientos de personas. Años atrás también fue sometido a una cirugía del corazón. Eso fue lo primero que pensó Casimiro cuando le notificaron la necesidad de una operación de corazón abierto. Iba a tener la misma cirugía de quien fue su empleador. A los dos los salvó la prodigiosa medicina colombiana. Al primero le dio por la adicción a la droga y al otro, por el exceso de trabajo, de angustias, de responsabilidades y estrés que hoy concluyen con la liquidación de la empresa y el desempleo de Casimiro.